miércoles, diciembre 29, 2004

Estas Navidades pasarán a la historia de mi vida como aquellas fechas en las que dije un rotundo y definitivo "no" a mi familia.

¡Joder!

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sábado, diciembre 25, 2004

Dame caramelos

Vámonos a tomar algo a una cafetería que tenga mesas de mármol y sillas de madera, tapizadas en rojo. Pide un zumo de melocotón, aunque sólo sea para que me ría. Si el camarero me deja tocar su viejo piano, voy a intentar enamorarte (o desenamorarte, lo que tú me pidas) con la canción que hace mucho aprendí a tocar. Y yo también te voy a pedir una cosa. O unas cuantas. Te voy a pedir que estas Navidades, si no es muy cara, antes de que me vaya, me regales una anestesia. Una anestesia que me cure de nostalgias y, sobre todo, de las luces de los semáforos: verde, ámbar, rojo. Mi favorita es el ámbar, ni sí, ni no, como tú y como yo. Aunque las tres duelen por igual.

Te voy a sacar del mundo, a la velocidad de la luz. Si tienes prisa, lo haré a la del sonido. Dame caramelos. Nunca dejes de darme caramelos. A cambio, ya sabes que yo los morderé y te daré en la boca la mitad de cada uno de los que hayas ofrecido. Móntate conmigo en una montaña rusa y quítame los vértigos y las mentiras, que yo te quitaré los miedos... te voy a agarrar muy fuerte.

Déjame que te enseñe los cuentos que me leía mi madre a la hora de la merienda cuando era pequeña. Olvidemos todo esto y bésame. Bésame, como si hubieran pasado veinte años desde la última vez que me viste, alejándome en el interior de un taxi de esos nuestros de "sube, que te llevo", mientras te decía adiós con la mano en alto, comprobando que aquella ciudad era demasiado hermosa como para poder amarla siempre.

Yo por aquel entonces todavía no me había enterado.


Radio, play my favourite song: Diamond sea. Sonic Youth.

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viernes, diciembre 17, 2004

Omnisciente

A veces creo que lo que más me gustaría del mundo sería reemplazar así, como quien no quiere la cosa, al narrador omnisciente de mi vida. Ojalá pudiera ser un ojo todopoderoso que todo lo ve y todo lo siente; que conociera al dedillo lo que significan cada una de mis expresiones, que supiera interpretar cada uno de mis silencios y que estuviera al corriente de si lo que estaba sintiendo ayer a la hora del té era amor/pena/nostalgia/celos/rabia/ternura/deseo/esperanza/
melancolía/compasión/ o todo lo contrario. Porque yo a veces no lo sé.

Realmente, sería un chollo ser la narradora omnisciente de mi vida: podría aseverar con una seguridad aplastante (de esa de típica de Juana de Arco en pleno fragor de la batalla, o de sheriff de película del oeste al entrar en el saloon) si soy feliz o no, si de la nariz a la punta de los pies hay algo más que un saco de huesos, que siempre piensa que a veces piensa demasiado. O demasiado poco, más bien.

Así, con el narrador omnisciente de mi vida secuestrado sin rescate negociable, amordazado, atado y bien atado a una silla y encerrado tras una puerta blindada con siete cerraduras, podría tomar las riendas de esta novela (o folletín) de argumento enrevesado y desconocido para mí, y con una minuciosidad cirujana operaría hasta hacer de esto una vida de sinopsis aséptica, literariamente correcta y estructurada. Dejaría de ir a tientas por los inescrutables caminos del Señor, y podría recorrer las autopistas de mi destino asegurado con la certeza y la convicción de un líder de masas, como guiada por la pulsión de una flecha que ni el mismísimo Robin Hood podría tirar tan recta y con tanta fuerza y precisión. Conocería de antemano todas las decisiones que tomaría y no tendría que preocuparme por escoger nunca más. Mis amores, mis miserias... En definitiva, la vida que me espera.

Pero como supongo que eso sería muy aburrido y como sé que no se suplanta a un narrador omnisciente así como así, que es trabajo envidiado y bien remunerado, me conformo con meterme de puntillas en su casa y robarle el guión de esta historia para echarle un vistazo. A ver si me entero de una vez por todas de cómo sigue...


Radio, play my favourite song: Such great heights. The Postal Service.

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jueves, diciembre 16, 2004

Olor a despedida

Huele a despedida. Es un olor casi imperceptible, pero capaz de impregnar las muros y de pintar los techos desconchados de ésta, mi nueva casa. Este hedor suave pesa en el ánimo, no como un castigo, pero sí como una pequeña condena que acompaña cada uno de los pasos que hoy doy a tientas por esta ciudad que, cuando quiere (o cuando se lo pides), sabe cómo ser la ciudad más triste y gris del mundo.

Huele a despedida, a ausencia leve y descarnada. A nostalgia y melancolía de todo a cien. El tufo lleva intuyéndose desde hace ya algunos días en los que su sombra invisible se fue hinchando hasta convertirse en el ligero compresor de almas que es hoy. Y aún así, huele tanto, tanto, tanto, que yo me escapo de este cuarto en el que tantas veces quise estar sola.

Huele a despedida; de ello se han encargado unas chanclas verdes en el suelo, una lámpara que alguna vez alguien vendió a muy buen precio, la taza del desayuno, la misma botella de zumo en la nevera, un cepillo de dientes mil veces usado y, como siempre, una mandarina y una manzana pululando por encima de una mesa ya vacía. No más Platon ni Madame Bovary. Y en la pared, antes recubierta de dibujos, artículos de un periódico canadiense, mariquitas, postales y sonrisas de otros recuerdos anteriores a estos, nada. No queda nada. Sólo otro mapa de París.

Huele a despedida. Y más que va a oler...


Radio, play my favourite song: Comptine d’été nº 2. Yann Tiersen.

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lunes, diciembre 13, 2004

Oído hace poco:

- Tenemos que hablar.

- Ya...

- Pero no tiene por qué ser hoy.

- Bueno, mejor hoy que mañana...

- He conocido a alguien. A alguien importante.


Radio, play my favourite song: Qué nos va a pasar. La buena vida

Qué nos va a pasar

Cada día trato de acertar por dónde saldrás;
eso es tanto como adivinar qué nos va a pasar
Has estado, hace tiempo, algo raro por momentos
Me pregunto algo inquieta qué nos va a pasar

No recuerdo cuándo decayó la conversación
ni el punto en que dices tú que algo cambió
Sin embargo, mientras tanto, yo me guardo la esperanza
y las cosas que en la plaza nos dijimos hoy.

Ahora que te vas pediré perdón y dirás que no
y estará muy bien, ya sabes por qué
yo me esconderé, ahora que te vas,
ya no saldré más; dime para qué,
si no te voy a ver.
Sin embargo, mientras tanto, yo me guardo la esperanza
y las cosas que en la plaza nos dijimos hoy.
Ahora que te vas pediré perdón y dirás que no
y estará muy bien, ya sabes por qué
yo me esconderé, ahora que te vas,
ya no saldré más; dime para qué, si no te voy a ver.
Cuando pase el tiempo conocerás a alguien más
y me olvidarás, y es que es lo normal,
aunque nos dé rabia siempre ocurre igual
y nos esforzarnos en disimular.

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martes, diciembre 07, 2004

Mejor Berlín

Te prometo que alguna otra vez volveremos a Berlín. Te cogeré la mano debajo de la Puerta de Brandemburgo, para que veas lo fea que es comparada con la que una vez tú dibujaste en la mesa del instituto. Y discutiremos (sí, discutiremos) como discutí yo este verano sobre si el que la bandera de un país tenga el color negro es un mal o un buen presagio; sobre si habríamos de augurarle por ello un glorioso o un miserable porvenir.

Cogeremos un perfecto tren germánico, y cruzaremos la ciudad entre túneles, espiando la geometría de una arquitectura de escaleras que pronto dejamos atrás. Iremos al metro de Alexanderplatz a comer helados enormes con sirope por encima, y a saludar a la chica que los sirve en simpático y torpe español. Con la ayuda de tu mirada de miel y con el impulso de mis piernas de limón saldremos a la superficie por fin: dando vueltas en patines frente al Rathaus rojo, oriente y occidente, los cuatro ríos, Alicia y Marco, neptuno y su tridente, el sol quemándome el corazón, la risa ahogada, vértigo en un tobogán gigante y blanco, la revolución socialista alrededor del mundo, las ruinas gigantes de una vida pasada, Marx, Engels y Papá Noel, los calcetines mojados y los pies en la fuente, el germen de mi deseo en el olvido, las horas alrededor del mundo: La Paz, Ankara, Roma, Varsovia, La Habana, Nueva Delhi, Washington, México DF, Moscú, Tokio, Dublín, Argel, Berlín...




Radio, play my favourite song:
Lara’s castle. Yann Tiersen (BSO Goodbye, Lenin!)


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jueves, diciembre 02, 2004

Luces y sombras

Aunque el sábado me pase la tarde en una conferencia sobre los sin tierra, la derrota es completa y traiciono mis principios una y otra vez bebiendo Coca Cola y comiendo hamburguesas del McDonald's a la sombra de mil rascacielos.

Pero es que esta noche hasta Montparnasse parecía un árbol de Navidad...

Radio, play my favourite song: Blank page. Smashing Pumpkins.

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