sábado, diciembre 25, 2004

Dame caramelos

Vámonos a tomar algo a una cafetería que tenga mesas de mármol y sillas de madera, tapizadas en rojo. Pide un zumo de melocotón, aunque sólo sea para que me ría. Si el camarero me deja tocar su viejo piano, voy a intentar enamorarte (o desenamorarte, lo que tú me pidas) con la canción que hace mucho aprendí a tocar. Y yo también te voy a pedir una cosa. O unas cuantas. Te voy a pedir que estas Navidades, si no es muy cara, antes de que me vaya, me regales una anestesia. Una anestesia que me cure de nostalgias y, sobre todo, de las luces de los semáforos: verde, ámbar, rojo. Mi favorita es el ámbar, ni sí, ni no, como tú y como yo. Aunque las tres duelen por igual.

Te voy a sacar del mundo, a la velocidad de la luz. Si tienes prisa, lo haré a la del sonido. Dame caramelos. Nunca dejes de darme caramelos. A cambio, ya sabes que yo los morderé y te daré en la boca la mitad de cada uno de los que hayas ofrecido. Móntate conmigo en una montaña rusa y quítame los vértigos y las mentiras, que yo te quitaré los miedos... te voy a agarrar muy fuerte.

Déjame que te enseñe los cuentos que me leía mi madre a la hora de la merienda cuando era pequeña. Olvidemos todo esto y bésame. Bésame, como si hubieran pasado veinte años desde la última vez que me viste, alejándome en el interior de un taxi de esos nuestros de "sube, que te llevo", mientras te decía adiós con la mano en alto, comprobando que aquella ciudad era demasiado hermosa como para poder amarla siempre.

Yo por aquel entonces todavía no me había enterado.


Radio, play my favourite song: Diamond sea. Sonic Youth.

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