martes, agosto 10, 2004

Chau número tres...

Yo no me enamoré de un alma tullida, no me enamoré de tus emociones inválidas. Yo no me enamoré de la parálisis, ni de los miedos ni del silencio. Yo no me enamoré del dolor, ni de todo el daño que nos hemos hecho. Yo no me enamoré de las dudas, de la incomunicación, ni de las palabras nunca dichas.

Yo me enamoré de una persona que una noche me habló como nunca nadie lo había hecho antes. Yo me enamoré de aquella noche, y del futuro que entonces estaba aún sin estrenar; de ese futuro que era como un regalo envuelto en papel de colores, y que estaba por abrir, intacto y virgen para nuestras manos. Yo me enamoré de ti. Yo me enamoré de los viajes que nos prometimos, y de los momentos que tú nunca te atreviste a vivir y que yo me inventé una y mil veces. Y me enamoré también de tu risa, no de tu terror.

Me enamoré de un mundo que, como una alfombra mágica, se extendía ante nuestro pies por arte de magia, y que nunca llegamos a pisar; me enamoré de ese mundo lleno de ilusiones desconocidas, que asustaba y daba risa de lo nuevo que era, que impresionaba por la gran cantidad de recovecos y rincones inexplorados que se presentaban ante ti y ante mí con aire de desafío. De hermoso desafío. Una noche, yo me enamoré de ti y de la misma noche, me enamoré de esas horas en que me diste sin pensar, sin retroceder a cada paso.
El recuerdo de esa noche en la que yo me enamoré se ha estirado durante meses y meses, como las rayas en el horizonte de un amanecer eterno. Y hoy, por fin, creo que ya no te quiero más. Pero sólo lo creo.

Pero tampoco creas
a pie juntillas todo.
No creas, nunca creas
este falso abandono.
Mario Benedetti. Chau número tres.
"Te dejo junto al mar, descifrándote sola"

|