martes, junio 22, 2004

Ratas de biblioteca

Como me conozco el panorama de mi ritmo de estudio en casa (una hoja = una hora), cuando estoy de exámenes suelo optar por peregrinar hasta la biblioteca de mi barrio. No es que me guste estar allí (¡por Dios!), pero si me quedo en casa empiezo por distraerme con el vuelo de una mosca y acabo ordenando mis libros por orden alfabético, tamaños y gamas de colores de las portadas.

En esos días tan amenos en los que paso una media de diez horas en la biblioteca (que nadie se asuste, que me cunde un minuto de cada tres), tengo tiempo de sobra para analizar el entramado de relaciones que existe entre los asiduos de la biblioteca, sus costumbres, sus hábitos... en fin, puro deleite para una personalidad voyeurista como la mía, y todo un mundo de entretenimiento al margen de los apuntes. A pesar de considerarme toda una Mrs. Marple, siempre atenta a los comportamientos de naturaleza humana en su manifestación bibliotecaria, aún se me escapan algunos detalles:

1) ¿Cabe la posibilidad de que los bibliotecarios hayan sido formados por la CIA o algún tipo de escuadrón de entrenamiento neonazi? De otra manera, no me explico tal grado de control y de disciplina militar que ejercen implacablemente.

2) ¿Qué relación hay entre esa chica con cara de intelectual que se dedica a comparar distintas lenguas con la ayuda de enormes diccionarios, y un macarra de unos catorce años que va en bermudas y pone los pies encima de la mesa? ¿Por qué se saludan efusivamente?

3) ¿Cuántos años llevarán yendo diariamente los opositores para haber alcanzado el grado de complicidad que existe con los bibliotecarios? ¿Cuándo las aprobarán y dejarán libres los sitios que llevan ocupando decenios?

4) ¿Alguien sabe a ciencia cierta a qué hora llega la pandilla de los guays de la biblio? ¿Hacen guardias para coger invariablemente los mismos sitios? Yo sospecho que, simplemente, nunca se marchan de allí, pero mi hipótesis no es comprobable al 100% de momento. Pero, ¿a qué viene tanto afanamiento por conseguir un asiento si a cada diez minutos hacen un descansito de media hora? ¿Qué tipo de red mafiosa han logrado instaurar para burlar la tiránica disciplina de los bibliotecarios y conseguir que sus amiguitos se cuelen descaradamente a la gente que espera a que quede un sitio libre? ¿Emplean algún tipo de soborno? Pero si yo diría que los bibliotecarios son más incorruptibles que Garzón... ay, ay... que las apariencias engañan incluso a Mrs. Marple, que a veces no logra averiguar quién es el asesino.

Esta chupipandi de guays está integrada por una decena de personas entre las que se encuentra La ladrona. La Ladrona es una chica que venía conmigo a clase de inglés y que vive en mi barrio. Un buen día, me la encontré en la cola de la caja del Champion y le pedí que me sujetara el abono transporte, las llaves (a mi criterio, los dos pilares fundamentales de la vida moderna) y el cambio mientras metía la compra en las bolsas. Tengo grabada en mi mente la imagen: el abono, las llaves y... dos mil pesetas. Cuál fue mi sorpresa cuando extendí la mano para que me lo devolviera y ¡sorpresa!: ni rastro de las dos mil calas.

Ella juraba y perjuraba que sólo le había dado las llaves y el abono, y que en ningún momento había tenido en su mano dos mil pesetas. Actuó tan bien que incluso me ayudó a buscar el billete por el suelo, mientras yo sentía que me estaban timando en mis narices y con mi consentimiento. Efectivamente, así fue: me tangó de mala manera y no hubo forma humana de conseguir que se apiadara de mí y que me las devolviera (sé que se las había dado). A eso le llamo yo guante blanco, vamos, que ni Lupin. La ladrona va todos los días a la biblioteca, y me parece percibir en su sonrisa cierto retintín cuando pasa por mi lado. Ya que la muy perra se quedó con ese dinero que yo, religiosamente tuve que reponer a mi madre a costa de mi hucha, por lo menos podía pararse a saludar, digo yo, vamos...

Dentro de dos días acabo y yo, por mi parte, no pienso volver a pisar la biblioteca hasta los próximos exámenes que pase en Madrid.


Radio, play my favourite song: A forest. The Cure.

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