viernes, junio 11, 2004

Un buen día

Ciertamente, ayer fue un gran día.

Iba hacia la facultad con un manifiesto (y no infundado) acojone ante el examen que allí me esperaba, Metodología de la investigación: un batiburrillo de conceptos más o menos estructurados que pretenden tener como objetivo una aproximación a la Estadística aplicada a las Ciencias Sociales, pero sin ningún tipo de razonamiento matemático. El resultado de esta asignatura, ha sido el de crear en mi cerebro en estos últimos días un jaleo de definiciones que se desdibujaban continuamente y que intentaba asir en mi cerebro desesperadamente: error muestral, varianza, proporción del rasgo diferenciador, desviación típica, coeficiente rho de Sperman... quién sabe, a estas alturas ya se me han olvidado la mitad. La cuestión es que a veces, a Dios le da por manifestarse, y ayer lo hizo en forma de un examen tipo test que nos salvó la vida a más de uno (o eso esperamos, claro está)

Al salir triunfantes del examen, el plan de mis compis para la tarde consistía en reunir los apuntes de la asignatura de la que tenemos el siguiente examen y quedarnos a estudiar en la biblioteca. Después de cinco horas en la cafetería, decidimos dejar de escudarnos en la eterna frase “dentro de media hora nos ponemos” y nos dispusimos a perder la tarde por completo y sin ningún tipo de remordimiento en el Retiro.

Allí descubrí con asombro que las carpas del lago no son tan mutantes como las recordaba, y que con los años su tamaño ha disminuido, pero que se siguen comiendo los escupitajos y las cáscaras de pipas. También pude comprobar que el paseo central sigue reuniendo a todo tipo de buscavidas, entre los que han proliferado “lectoras” de manos. Y, por supuesto, los precios de los helados ya no es que doblen, sino que triplican los oficiales. Menos mal que yo soy asidua al Frigopié y al Drácula, que como me gustasen los Mágnum, no sé qué iba a ser de mi economía.

Pero, sin duda alguna, la revelación más interesante de nuestra visita fue el hallazgo de enormes tortugas en el estanque. A mí me dio una regresión infantil y no paré hasta que pude coger a dos de ellas y tenerlas en las manos un rato. Mi Tocaya me miraba entre divertida y extrañada, y yo por dentro tenía un poquito de pena pensando que el próximo año no podré hablar ni con ella ni con otras muchas personas todos los días. Pero el Retiro estaba tan bonito y era todo tan divertido, que preferí no preocuparme y seguir haciendo planes para días llenos de sol y de sonrisas.

C’est la vie...


Mientras, en la habitación roja sonaba: Un buen día. Los Planetas

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