Mi madre da en clase a este tío como ejemplo de fundamentalismo católico... Que Deu nos pille confesados, ahora sí que sí...
Puedo hacer lo que quiera, puedo hacer una esfera... y viajar en su interior y llegar a las estrellas
Qué fácil, qué bonito y qué guay es decir "te quiero" cuando sabes que la respuesta va a ser "yo también".
Una certeza me habló ayer: “El Amor, mi amor, no volverá a existir”, dijo en un susurro.
Ángel no habla, sólo mira, con precisión algebraica. Lo único que dice, muy de vez en cuando es “correcto”. Algunos lo llaman pingüino, pero a él no le importa, se sabe por encima de todo tipo de apelativos. Otros le escriben odas satíricas. Hay quienes le adoran con la veneración ciega con la que los Pies Negros idolatran a sus tótems o con la que los costaleros se meten debajo de una estatua de una tonelada de peso de tal o cual Virgen para llevarla a rastras por las calles de cualquier ciudad.
Hoy en el metro un bebé trataba de arrojar al suelo insistentemente su chupete tirando de un cordón que su madre, hábilmente, había atado al ojal de su chaquetita rosa. Mientras trataba de llevar a cabo su cometido, miraba con atención a un chico que estaba sentado leyendo una revista. En la siguiente parada se han subido un hombre que llevaba una guitarra y una mujer con un perro que, a pesar de tener todo el cuerpo vendado, no paraba de dar saltos. La madre de la niña miraba al perro, que miraba al hombre de la guitarra, que miraba a la dueña, que miraba por la ventana. La niña ha seguido mirando fijamente al chico de la revista. él no miraba a nadie.
Johnny: ¿A cuántos hombres has amado?
Te echo de menos en el pasado, Sietelunas. Vuelve a verme, sonrójate, date la vuelta sin decirme nada, escríbeme de puntillas y háblame bajito. Acércate por la espalda, mide tus pasos, llora a escondidas, mírame de reojo y asústate cuando esté triste. Márchate deprisa a casa, salúdame despacio, piensa las cosas dos, tres, mil veces antes de hacerlas, frótate los ojos y bebe mi silencio. Bésame a lo lejos, abrázame nunca, extráñame siempre, vela tu vergüenza y regálame otra vez, sin que me dé cuenta, tu valor. Muéstrame con sutileza cordial cómo te marchitas tú también por mi culpa, calcula tus palabras, respira mi agonía y vigila desde tu nube mis canciones y nostalgias. Espérame en tu casa, sabiendo que nunca voy a llegar, sígueme con torpeza encantadora, ignora sin ignorar mi rabia. Disimula, tantea, disimula, tantea, disimula, tantea... sigue disimulando. Y nunca dejes de mentirme.
A veces aún siento haberle cortado el cordón umbilical a los sentimientos, haberlos ahogado en concreción y en abstracción antes de que nacieran, antes de que ellos mismos asomaran la cabeza por un agujero que siempre había estado cerrado. Siento haberlo estropeado. Siento haberte engañado envolviendo mis palabras con un aparente halo de falsa paciencia. Sólo ahora que he dejado de hablar con gravedad he llegado comprender la magnitud mi error. No hagas tú lo mismo, yo me arrepentí.