domingo, abril 17, 2005

Ángel

Ángel no habla, sólo mira, con precisión algebraica. Lo único que dice, muy de vez en cuando es “correcto”. Algunos lo llaman pingüino, pero a él no le importa, se sabe por encima de todo tipo de apelativos. Otros le escriben odas satíricas. Hay quienes le adoran con la veneración ciega con la que los Pies Negros idolatran a sus tótems o con la que los costaleros se meten debajo de una estatua de una tonelada de peso de tal o cual Virgen para llevarla a rastras por las calles de cualquier ciudad.

Sólo tiene tres jerseys: uno granate, otro azul marino y un tercero verde turquesa. Todos le quedan grandes. El turquesa lo envuelve en desamparo. Los otros dos hacen de él lo que es: un hombre guiado por la lógica. Puede ser implacable. Pero Ángel también sabe de amor, una química le ha enseñado cómo los cuerpos se acoplan a través de enlaces covalentes, cómo las almas suspiran por encontrar la última órbita de alguna otra alma que tenga el número correcto de electrones en la frontera de su campo magnético, cómo la materia se une indisociablemente creando compuestos que nunca más podrán volver a separarse, a menos que sean sometidos a fuerzas físicas imposibles de soportar incluso por la molécula más resistente.

Todas las mañanas coge el metro y va sentado en una posición de perfecto ángulo recto (90º, ni uno más ni uno menos) con respecto al asiento. Cuando se choca con alguien por la calle, lamenta que su cuerpo no se haya desviado a tiempo, describiendo una perfecta parábola resultante de representar gráficamente la función de cualquier ecuación de segundo grado. Ángel desayuna matrices, mira por la ventana y ve polinomios, sueña con decimales de números irracionales, respira integrales, factoriza las hojas de los árboles en primavera, ve índices de raíces cuadradas en la tele, almuerza con vectores, calcula el común denominador de las camisas que lava cuando hace la colada, camina entre fórmulas infinitas, eleva al cuadrado o al cubo la lista de la compra, bebe variables, lee una novela de razones trigonométricas, conduce por carreteras de soluciones estadísticas, escribe con un bolígrafo que lleva tinta de probabilidad y, cada noche, hace el amor con un número natural, racional e impar, la respuesta a todos los problemas.

Y yo, algunos años después, todavía tengo una para él: ¿Quién te enseñó, Ángel, que uno y uno son dos?

Pero Ángel lo único que dice, muy de vez en cuando, es “correcto”. Y señala con el dedo en la dirección de la verdadera respuesta.


Radio, play my favourite song: Home. Depeche Mode.

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