Insomnio
En los momentos en los que más necesito descansar, mi cuerpo se rebela y se tensa para no dejarme conciliar el sueño. Gustosamente atendería a sus reivindicaciones si supiera en qué consisten. Se obceca tanto que ni ovejitas, ni la mente en blanco, ni los ejercicios de relajación. Me quedo mirando el techo y dando vueltas como si fuera las agujas de un reloj: boca arriba, a la izquierda, boca abajo, a la derecha y de nuevo boca arriba. Y ya ha pasado otra hora.
Miro de reojo los números rojos de mi despertador y cuento las horas: la una, las dos, las tres, las cuatro, las cinco... Al final me desespero y le doy la vuelta al reloj para no poder seguir viéndolo. Leo, pienso, me levanto, escucho música, me acaricio el ombligo, me proyecto, cierro los ojos, los abro. No leo, no pienso, no me levanto, no escucho música, no me acaricio el ombligo, no me proyecto, no cierro los ojos, no los abro. Da igual, nada sirve de nada.
Todo esto viene de lejos. Cuando era pequeña mi madre me acompañaba todos los días a la cama y se despedía de mí con los típicos rituales sin los cuales no podía acostarme. Desde que cerraba tras de sí la puerta de mi cuarto, mi objetivo consistía en dormirme antes que ella, pero no solía conseguirlo. Oía cómo volvía al cuarto de estar y seguía viendo un buen rato la tele o leyendo el periódico, cómo quitaba la mesa, cómo iba al cuarto de baño y se lavaba los dientes, y cómo se dirigía hacia su cuarto para acostarse. Entonces, la luz que entraba por la rendija de mi puerta se apagaba por fin y la cama se zambullía en sombra, y yo me quedaba dando vueltas como las agujas de un reloj. Por lo menos ahora ya no tengo miedo...
Radio, play my favourite song: In my heart. Moby.
<< Home