17-III-05
Hacía más de un año que no escuchaba “Ultrasónica”, no el disco, sino la canción, la que lo cierra y le da título. El resto de canciones que componen el álbum siempre andan por ahí, pululando, paseándose por compilaciones y discos de varios. Me pasaba lo mismo con “Caótico neutral”, otro de los grandes aciertos de ese disco. Recuerdo la tarde que me compré el Ultrasónica. Fui a la FNAC a buscar algo, no recuerdo qué, quizás un regalo o algo que debía comprar. Tal vez sólo merodeaba por allí, como tanto me gusta hacer y ni siquiera lo recuerdo ahora. Ultrasónica valía doce euros y pico, fue de las primeras compras que hice con la nueva moneda.
¿Quién puede hacer que el dolor desaparezca?
Pienso en aquel año. Era febrero. Me quedaba poco para cumplir 17 años, y que ese día dije de broma: “17 años y no he hecho nada en la vida”, frase que marcó a Laura. Pienso en que me iba a ir a París de viaje de fin de curso y que ahora llevo seis meses viviendo aquí. En que quizás entonces no sabía lo que era el amor, porque con el tiempo he aprendido que no es sólo uno ni sólo silencio, ni tampoco ruido, pero vivía el amor. Fue un sábado. Mi madre hacía un ruido infernal con la aspiradora mientras yo, escuchaba con atención, sin poder pensar en nada más que en esa música que empapaba las paredes de mi cuarto. Mi cuarto. Un verdadero refugio antinuclear. Alguna gente entra ahí y cree comprender. Una vez Bibiana, de la que hace años que no sé nada aparte de que se pasea por la vida con un perro y una flauta, me dijo mientras observaba mi corcho: “¿eres feliz?”. Yo no quise ni supe responder, así que guardé silencio. Como tantas otras veces. Siempre he llevado muy mal los cumpleaños. Cuando vuelva a casa tendré que enfrentarme también a la crisis del abono rojo: la Comunidad de Madrid ya no me considera joven.
Podría medir mi vida. Podría hacerlo. Hoy es tan buen día como cualquier otro para ponerme a ello. Hoy es un día cualquiera. Si tuviera que medir mi vida, no lo haría con un eje cronológico, sino con los discos y las canciones que he ido escuchando a lo largo de ella. Cada canción ha envuelto el tiempo y los momentos con esmero, en papel de regalo azul con estrellas amarillas pintadas. Cada canción me los devuelve a la velocidad de la luz y deja en mi interior la huella de una nostalgia. Una por cada canción. Ni la magdalena de Proust. El día de mi cumpleaños, el año pasado, la radio-despertador me puso como banda sonora de la nueva década que estrenaba “Tonight, tonight”, la canción de Smashing Pumpkins (por cierto, hoy es también el cumpleaños de Billy Corgan). Pensé en ese momento que, cuando tenía doce años, en el verano que fui a Italia, también escuchaba esa canción mientras viajábamos en el coche. Habían pasado ocho años. Ocho es un número muy bonito. Ocho años son muchos años.
A ojo: Hace nueve el hermano de Miguel me grabó el What’s the story (morning glory) y el Great Escape. El hermano de Miguel se subió a un autobús en marcha durante una manifestación contra la LOU, hace tres años y allí arriba vivió su minuto de gloria. Le debo mucho más de lo que nunca será capaz de imaginar, aunque a lo mejor ni siquiera se acuerda de mí. Cinco años han pasado desde que por fin me compré el Mellon Collie and the infinite sadness original (cuatro desde que vi a Smashing Pumpkins en su gira de despedida), desde que escucho a Björk. Siete desde que vi a Ocean Colour Scene por primera vez en directo, desde que descubrí a Radiohead. Ocho desde mi primer concierto: Blur. Nueve desde que me empeñé en escuchar “After hours” porque mi primo lo tenía escrito en su intocable minicadena, desde la primera vez que escuché a Los Piratas, cuando sacaron El manual para los fieles (ocho desde que se murió mi tía y fui escuchando "Pris" camino al tanatorio). Tres desde que fui a Benicàssim, desde que Ana me grabó The Cure y Depeche Mode y Jorge Coldplay, desde que me bajé la primera canción que escuché de Deluxe y de Sr. Chinarro, desde que me compré en el top-manta el Gran fuerza de Astrud (vivir para ver), desde una mañana en que “Song for my sugar spun sister”, de Stone roses, me puso triste. Seis desde que descubrí a Los Planetas, desde que fui con Adrián a ver a Garbage y salimos sudando y con los brazos llenos de cardenales, pero satisfechos. Dos desde que escucho en serio a Yann Tiersen, Family, Massive attack, The Strokes, Interpol y Mogwai, desde el concierto de Suede y Teenage fanclub, desde que gracias al guitarrista y al bajista de Sidonie Alicia y yo entramos en el de Supergrass. Cuatro cumpleaños desde que me regalaron una entrada para ir a ver a Placebo a Bilbao y Sneaker Pimps actuaron de teloneros, desde que conocimos a Herme en el Hotel California y me grabó el Tejido de felicidad de Chucho, desde que mi primo me regaló el primer disco que tuve de The Smiths (mucho antes había hecho lo mismo con The Kinks, The Who, The Beatles, T. Rex...) y me prestó el Doolittle, desde el concierto de Ellos y Digital 21 en las fiestas del Orgullo Gay, desde que descubrí a Belle & Sebastian, desde que Sara me grabó una cinta con el segundo disco de Travis y me aburrí en un concierto de Beck durante el Espárrago rock. Uno desde que escucho The Postal Service, desde que le dejé a Albè el Ultrasónica, desde que me bajé La buena vida, desde que empecé a escuchar Maga. Unos cuantos meses desde que descubrí a Franz Ferdinand. Unas semanas desde que me enamoró el disco de The Arcade Fire... y lo que me dejo... La verdad es que hoy podría medir mi vida...
Nota: este cálculo es aproximado, tomando como “año” los cursos escolares, que de hecho, incluyen dos años diferentes.
Recordar significa volver a sacar del corazón, dice, creo recordar, Eduardo Galeano.