Billy Wilder no paraba de hablar desde el sofá de su casa. Sobre su cabeza estaba colgado un cuadro de Picasso o de Miró, no lo recuerdo bien. “Seguro que era original”, pensé.
Bajé el volumen de la televisión. Te habías quedado dormida a pesar del ruido. Yo también tenía ganas de echarme, apagar la luz y descansar, pero había prometido que bajaría a por agua. Me calcé, abrí la puerta con cuidado de no despertarte y bajé al kebab de enfrente a por una botella.
Hay veces que la noche se nos antoja perfecta. Como un puzzle de luces de neón, un escenario familiar que funciona como un engranaje cuyas piezas están perfectamente engrasadas; un teatro reconfortante y reconciliador por el cual la gente circula, mezclándose y mirándose sin sonreír. Pero sonriendo.
Introduje la llave en la cerradura silenciosamente y me metí en la habitación. Ni te enteraste. Di un trago a la botella y la dejé en el suelo. Me senté en la cama y me puse a mirarte. Dormías de lado con las piernas cruzadas una sobre la otra.
Hay veces que un detalle se nos antoja perfecto. Como tus pies descalzos, asomando por debajo de las sábanas.
Radio, play my favourite song: The mutineer. Mojave 3
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