miércoles, septiembre 13, 2006



Qué más da que Radiohead estén de crisis creativa (bueno, ahora que lo pienso mejor, sí da...) si uno de sus dos genios malditos (el otro es Johnny Greenwood) saca discos tan crudos e intensos como éste. Hail to the thief se alejaba notablemente de la experimentación en terrenos electrónicos que había supuesto el cisma en el estilo de este grupo de Oxford la publicación de los álbumes mellizos Kid A y Amnesiac, que se dejaban ya intuir en Ok computer, pero que quedaban lejos de Pablo Honey y The bends, “el disco que a U2 le hubiese gustado hacer”.

Thom Yorke se debió dejar cosas que decir en el tintero y se acerca a esos paisajes que dejaron momentos tan inolvidables como “Everything in its right place”, “Idiotheque”, “Like spinning plates” o “Pyramid song”, sólo que reduciendo la instrumentación a su mínima expresión.

Qué familiar y qué increíble al mismo tiempo la sensación mágica de tener la certeza desde la primera escucha de que un disco te va a brindar momentos imborrables.

Toma castaña. Y encima venden los capítulos de Ranma en los quioscos, ¿se puede pedir más?



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